Me pregunto desde cuándo la frase “el cliente es dios” se ha transformado en “soy un rey al que se le permite hacer cualquier cosa”. O quizás, para ellos, desde el principio, el país llamado Japón no era más que un gigantesco parque de atracciones para ganar visualizaciones y donaciones.
Recientemente, un video grabado en un tren de JR en Kyushu ha generado una onda expansiva, silenciosa pero imposible de ignorar, entre nosotros. Un hombre extranjero, que decía ser de España, armó un escándalo en el tren y, para colmo, empujó por la espalda a un pasajero japonés de mediana edad que le llamó la atención. Todo esto mientras su compañero lo transmitía en vivo, riendo. El incidente no terminó ahí; también incluyó el acto demencial de lanzar fuegos artificiales hacia un local de karaoke.
Al enterarme de esta noticia, lo primero que sentí fue ira. Luego, una profunda tristeza y, finalmente, una especie de impotencia me invadió. ¿Realmente deberíamos celebrar sin reservas el regreso de los turistas extranjeros a nuestras ciudades, en nombre de la recuperación de la demanda turística? ¿Hasta cuándo podremos ignorar la realidad de que, detrás de la dulce miel del beneficio económico, nuestra sociedad, nuestra cultura y la dignidad de las personas que viven sus días en paz están siendo pisoteadas sin miramientos?
Diré mi conclusión desde el principio. No hay necesidad de abrir nuestra puerta a quienes no tienen respeto. Un viajero que no tiene la intención de respetar la cultura y el orden social de Japón, por mucho dinero que gaste, ya no es un “cliente”. Son invasores culturales, destructores de la sociedad. No queremos que turistas tan molestos vengan a Japón. Lo afirmo categóricamente.
El arma llamada “transmisión en vivo” y la “vulnerabilidad” de Japón
Si consideramos este incidente como un simple “problema aislado causado por un turista de mala calidad”, estaremos perdiendo de vista la esencia del problema. Este es un incidente inevitable, nacido del peor cruce posible entre dos distorsiones de la sociedad moderna: la “economía de la atención” y la “vulnerabilidad estructural” de la sociedad japonesa.
Primero, debemos analizar el porqué de sus acciones. ¿Por qué gritaba en el tren? ¿Por qué se enfureció cuando se le llamó la atención y tomó la estúpida decisión de recurrir a la violencia? ¿Y por qué continuó transmitiendo todo al mundo? La respuesta es obvia: porque “le da dinero”.
Ellos son “streamers molestos” disfrazados de “turistas”. Su objetivo no es el intercambio cultural ni disfrutar de los hermosos paisajes de Japón. Su único propósito es ver cuán lejos pueden desviarse de la norma, cómo pueden provocar a la gente y cómo pueden ganar visualizaciones a través de la “polémica”. Cuanto más ruido hacen, cuanto mayor es el problema, más elogios (y donaciones) reciben de una audiencia irresponsable al otro lado de la pantalla. Para ellos, el pasajero japonés que les llamó la atención no fue más que un “extra” conveniente para animar su contenido. La cámara de la transmisión en vivo ya no es una herramienta para grabar recuerdos. Se ha convertido en un “arma” para justificar sus actos insensatos, intimidar a otros y generar ganancias.
El otro aspecto es la vulnerabilidad de la sociedad japonesa. ¿Por qué eligieron Japón como su “escenario”? No es otra razón que nos subestiman, pensando que “Japón es un país seguro donde no pasará nada grave, hagas lo que hagas”.
Muchos japoneses valoran las buenas costumbres en los espacios públicos y no les gustan los conflictos. Incluso si alguien es un poco ruidoso en un tren, la norma es aguantar, pensando que “involucrarse es problemático”. El pasajero que valientemente dijo “estás haciendo mucho ruido” es, de hecho, una excepción. Estos streamers conocen perfectamente esta característica japonesa. Por eso pueden hacer ruido con total tranquilidad. Asumen con arrogancia que, incluso si alguien les llama la atención, la otra persona cederá si adoptan una actitud desafiante. Y en el improbable caso de que haya contacto físico, confían en que la policía japonesa responderá de manera relativamente indulgente. Debemos enfrentar la irónica realidad de que este “mito de la seguridad” y nuestra tendencia a evitar problemas han proporcionado a estos delincuentes el “estudio de grabación” más cómodo del mundo.
La minimización de la violencia y la maldición del “omotenashi”
Al examinar los detalles del incidente, surgen problemas aún más profundos. El streamer empujó al pasajero por la espalda. Esto es, sin lugar a dudas, un acto de “violencia”. Sin embargo, se informa que él argumentó ante el personal de la estación en inglés: “Solo lo detuve. No lo golpeé”. Esta es una astuta autodefensa que intenta diluir su propia agresión, reduciendo la violencia únicamente al acto de “golpear”.
El pasajero empujado cayó hacia adelante, golpeándose contra un asiento. Si se hubiera golpeado mal, no se puede negar que podría haber resultado gravemente herido. A pesar de esto, el streamer continuó filmando con indiferencia, defendiendo su propia versión de los hechos. No hay rastro de empatía por el dolor de la otra persona ni sentimiento de culpa por sus acciones. Solo hay cálculo para obtener visualizaciones y mentiras para protegerse.
JR Kyushu comentó que “esperamos que la gente se abstenga de realizar actos que molesten a otros clientes”, pero esto también parece simbolizar la indulgencia de la respuesta de Japón. La palabra “molestia” no capta la verdadera naturaleza de este incidente. Esto es un “acto criminal”. Poner en peligro a pasajeros inocentes y ejercer violencia en un espacio cerrado como un tren. ¿Está bien calificar esto con una palabra tan suave como “molestia”?
¿No estaremos demasiado atrapados en la maldición de la hermosa palabra “omotenashi” (hospitalidad japonesa)? Esta palabra, que se promocionó al mundo durante la candidatura olímpica de Tokio, es un concepto maravilloso que representa la alta calidad de la hospitalidad japonesa. Pero, ¿no se suponía que debía basarse en el respeto mutuo? Si la otra parte no tiene intención de mostrar respeto, ¿por qué debemos nosotros continuar ofreciendo “omotenashi” unilateralmente? Eso ya no es una virtud, es simple “explotación”.
Debemos tener el coraje de decir un “NO” firme a los clientes que malinterpretan el dicho “el cliente es dios”. Ha llegado el momento de distinguir claramente entre los clientes que merecen ser tratados con cortesía y los invitados no deseados que deben ser expulsados.
Lo que debemos hacer ahora
Entonces, ¿qué podemos hacer concretamente? Gritar emocionalmente “fuera los extranjeros” es simplista y no conduce a ninguna solución. El problema no es la nacionalidad, sino las acciones del individuo y la sociedad que permite que ocurran.
1. Aplicación estricta de la ley y una postura firme En primer lugar, la policía y las agencias pertinentes deben tratar estos actos no como “molestias”, sino como los delitos que son: “agresión” y “obstrucción forzada de la actividad comercial”. Es necesario crear un precedente en casos como este, arrestando al culpable en el acto y aplicándole un castigo severo. Debemos hacer saber al mundo la dura realidad de que “en Japón, si rompes las reglas, puedes ser arrestado de inmediato y deportado”. La amabilidad y la tolerancia a veces solo envalentonan a los infractores.
2. Exigir responsabilidad a las plataformas En segundo lugar, las plataformas como YouTube y Twitch, que se benefician de estas transmisiones molestas, también tienen una gran responsabilidad social. No solo deben eliminar los videos que infringen las normas, sino también tomar medidas más drásticas, como confiscar los ingresos obtenidos de dichas transmisiones y suspender permanentemente las cuentas. Si no rompemos la estructura que permite que los actos ilegales se conviertan en ganancias, los imitadores nunca cesarán.
3. Un cambio de mentalidad: del “omotenashi” al “respeto mutuo” Y lo más importante es un cambio en nuestra propia conciencia. No niego los beneficios económicos del turismo receptor. Pero el orden social y la seguridad de nuestros ciudadanos no deben sacrificarse por ello. Debemos cambiar drásticamente de un “turismo de cantidad” a un “turismo de calidad”. Demos la más cordial bienvenida a aquellos que se esfuerzan por aprender y respetar la cultura, la historia y las reglas sociales de Japón. Por otro lado, debemos construir una sociedad en la que cada ciudadano pueda expresar, con calma pero con firmeza, que “eso está mal” a aquellos que imponen sus propias reglas y se comportan de manera egoísta.
Por supuesto, la confrontación directa puede ser peligrosa. En ese caso, debemos denunciar sin dudar a la policía o al personal de la estación. Lo importante es fomentar un consenso social de “no mirar para otro lado”.
Conclusión
Japón es una nación orgullosa con una larga historia y una cultura única. Es, en esencia, algo maravilloso que tanta gente de todo el mundo se sienta atraída por su encanto y nos visite. Sin embargo, ese encanto no debe venderse a bajo precio. Se basa en un orden delicado y frágil, construido por nuestros antepasados y mantenido por nosotros a través de un esfuerzo diario y silencioso.
El incidente del streamer español es una piedra sucia arrojada a ese orden. No debemos pasar por alto las ondas que ha creado esta piedra.
Esta es una llamada de atención para toda la sociedad, que nos obliga a reevaluar los pros y los contras de nuestras políticas de turismo. La balanza entre el beneficio económico y la dignidad de la cultura que debemos proteger se está inclinando peligrosamente. No podemos seguir observando en silencio cómo nuestro hermoso país es profanado como una herramienta para ganar visualizaciones.
El verdadero intercambio internacional nace de un corazón que se esfuerza por respetar y comprender las culturas de los demás. En ese espacio, no hay lugar para actos molestos destinados a buscar material para una transmisión.
Por eso, lo diré una vez más, en voz alta. Turistas molestos, no vengan a Japón. Nuestro país no es un escenario para que ustedes acumulen visualizaciones.
Españoles, por favor no vengan más a Japón.
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